Neuroeducación y lectura

21 de agosto de 2020

El profesor Francisco Mora describe en su nuevo trabajo de qué manera influye el aprendizaje de la lectura en el desarrollo del cerebro y del ser humano.

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    portada libro neuroeducación y lecturaLa importancia de la emoción en el aprendizaje es el eje sobre el que han girado los últimos estudios realizados por el profesor Francisco Mora. También lo es, como no podía ser de otro modo, en el trabajo que veía la luz el pasado mes de junio y con el que Alianza Editorial amplía su catálogo: Neuroeducación y lectura. De la emoción a la comprensión de las palabras.

    A lo largo de catorce capítulos, el profesor Mora describe de forma rigurosa el complejo proceso que tiene lugar en el cerebro cuando un individuo aprende a leer. Proceso que, vinculado a la escritura, como se explica en el primer capítulo, surge hace aproximadamente 6.000 años ante la necesidad que nuestros antepasados tenían de comunicarse cuando los grupos sociales comenzaron a extenderse geográficamente. Sin embargo, al no formar parte de la base genética del ser humano, no es un proceso natural y por ello requiere una mecánica de aprendizaje rigurosa y progresiva.

    Tras analizar brevemente la composición de la corteza cerebral y los mecanismos de procesamiento del lenguaje en los capítulos segundo y tercero, se abordan en el siguiente capítulo las áreas cerebrales en las que tiene lugar el proceso de lectura: sistema ventral, donde se encuentra el «área visual de formación de palabras» (VWFA por sus siglas en inglés); sistema dorsal, donde se localiza el territorio de Wernicke; y el sistema anterior, en el que se sitúa el territorio de Broca, sin olvidar en este proceso la intervención del sistema límbico (cerebro emocional), localizado en el hipocampo y encargado de regular las emociones. Un hallazgo interesante de la neurociencia que se menciona en el capítulo doce es el que, contra todo pronóstico, demuestra que en las personas ciegas hay también actividad en las áreas de codificación visual a pesar de realizar la lectura a través del tacto, por lo que esa área visual de formación de palabras” ha pasado a denominarse recientemente “área multimodal formadora de palabras”.

    El quinto capítulo está dedicado a la plasticidad, es decir, la capacidad del cerebro para poder adaptarse a los cambios que surgen de la conducta del individuo y de su relación con el ambiente que le rodea. Es una propiedad de gran importancia descubierta por la neurociencia en los últimos años, pues permite el aprendizaje de la lectura a cualquier edad y garantiza una mejora en el tratamiento de dificultades estrechamente relacionadas con ella, como la dislexia e incluso en el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH).

    Una vez explicadas en los tres siguientes capítulos cada una de las fases que tienen lugar durante el proceso de lectura y la intervención de las áreas cerebrales correspondientes, el autor convierte el capítulo nueve en una maravillosa descripción de la actividad lectora y de las múltiples implicaciones emocionales que existen entre las palabras, las frases, los textos y los individuos, desde el impulso que les mueve a acercarse a un libro hasta que se adentran en la historia, vinculado todo ello a la experiencia, la memoria y los conocimientos propios de cada lector.

    La neurociencia demuestra, como se indica en el capítulo diez, que los territorios de Wernicke y Broca alcanzan su plena madurez a los siete años y, por ello, es a esta edad cuando debería comenzar el aprendizaje de la lectura (así ocurre en el sistema educativo finlandés). Por otro lado, en el modelo que siguen las denominadas “escuelas democráticas” los niños empiezan a leer por decisión y voluntad propias. En cualquier caso, y teniendo en cuenta los diferentes métodos utilizados para enseñar a leer que se mencionan en dicho capítulo, quizá habría que replantearse por qué en el sistema educativo español se pretende que los niños lleguen a primaria (5-6 años) sabiendo ya leer cuando las regiones del cerebro implicadas no están plenamente desarrolladas.

    Se ha podido comprobar además que la fonología juega un papel fundamental en el aprendizaje de la lectura, ya que durante el mismo se produce una repetición sonora de lo leído (decodificación grafema-fonema) en el territorio de Wernicke. Como afirma el profesor Mora, los problemas de lectura que presentan algunos niños tienen que ver en la mayoría de los casos con problemas fonológicos, de atención y/o emocionales, aspectos que se analizan junto con la fluidez en el capítulo once. La fluidez es un concepto también fundamental en el aprendizaje de la lectura, pues implica no solo velocidad y precisión, sino comprensión del significado de un texto. Así, experimentos realizados en la última década han confirmado que una mayor eficacia en la lectura repercute en una disminución del volumen del territorio de Wernicke, lo que permitiría hacer un seguimiento del proceso en niños con dificultades.

    Entre esas dificultades de lectura, explica Mora en el capítulo trece, la más común es la dislexia, una alteración en el proceso de conversión de grafema a fonema (problema fonológico) y no, como el mito ha hecho creer, una inversión de las letras (confundir la «b» con la «d» o la «p» con la «q»), por ejemplo, que supone un problema visual. La dislexia se manifiesta por una mayor actividad neuronal en las áreas del territorio de Wernicke situadas en el hemisferio derecho cuando esta actividad durante el progreso en el aprendizaje de la lectura suele registrarse en las áreas del hemisferio izquierdo. De hecho, un estudio realizado en 2002 por Simos y colaboradores a niños sin patologías previas demostró que el ejercicio de detectar la rima (fenómeno íntimamente ligado a la sonoridad) en distintos pares de pseudopalabras (palabras sin significado) a lo largo de ocho semanas contribuyó a aumentar la actividad en el hemisferio izquierdo y a reducirla en el derecho. Es decir, aunque actualmente se desconoce la causa que provoca este fenómeno, existen estrategias y tratamientos que pueden ayudar a atajar el problema con una detección temprana y un correcto diagnóstico.

    Un aspecto destacable del libro, cuyo rigor científico no lo hace menos accesible, es el glosario incluido al final, que recoge muchos de los términos utilizados. Sin embargo, resulta un tanto desconcertante la equivalencia que parece establecerse entre los términos «síndrome», «trastorno» y «dificultad», cuando se menciona el síndrome de la dislexia, el síndrome del autismo o el síndrome por déficit atencional e hiperactividad, por citar algunos ejemplos.

    Aún quedan muchas incógnitas por resolver, como reconoce Francisco Mora, pero las aportaciones que está ofreciendo la neuroeducación sobre el funcionamiento del cerebro son claves para mejorar la calidad de la enseñanza. Con ese mismo fin, así queda patente en el capítulo de cierre, este nuevo trabajo resalta la importancia de la lectura no únicamente por los múltiples beneficios que ofrece en el desarrollo cerebral, sino también por ser la puerta a experiencias que estimulan la conciencia, el pensamiento, la creatividad, las relaciones sociales… En definitiva, el desarrollo del ser humano en toda su plenitud.

     

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